La primera de estas personas és Enrique Tierno Galván, ejemplo de sensatez y sentido común en política, que iluminó alguna esperanza en una época de oscuridad y desasosiego social y político. Para muchos que en aquel entonces teníamos veintitantos años su talante paternal, cálido y próximo, y su discurso que sintonizaba con nuestro tiempo nos reveló a alguien muy inteligente, comprensible y comprensivo, sus sabios consejos y reflexiones se revelaron con el paso de los años como un bagaje estimable con el que progresar como personas. Cómo olvidar sus bandos como Alcalde de la Villa ...
El segundo personaje, al que tuve ocasión de conocer personalmente, fue Ernest Lluch, como alumno suyo en la Facultad de Económicas en la que ocupó durante unos años la Cátedra de Historia de las Doctrinas Económicas, y ya en otro ámbito mas personal le ayudándole brevemente a instalar y cultivar un acuario en la casa que habitaba con sus padres durante su estancia en València. Pronto la política le separó físicamente del País Valenciano, pero al mismo tiempo le mantuvo próximo a través de su actividad pública como parlamentario, por sus libros sobre Historia y Economía valenciana, su participación en los debates que por aquel entonces podíamos seguir por la tv pública, y sus reflexiones en tertulias radiadas últimamente. Su desgraciada muerte, por lo inmerecida en tiempo y forma, me dejó una profunda huella en la que actúa como bálsamo el recuerdo de su bonhomía, el sentirme heredero y partícipe de su legado cultural, y su ejemplo como demócrata.

Tres hombres de opinión y sentido común, cabales hasta el exceso, defensores de las vanguardias, claramente de izquierdas, descreídos y de estética irrenunciable. Tres personajes de los que podemos decir que no se equivocaron jamás.