domingo, mayo 06, 2007

VIVARIUM - Viver, La Floresta

Los primeros asentamientos humanos y origen de la población que hoy llamamos Viver, o Viver de las Aguas, datan del período íbero y hay constancias de ello en unas cuevas junto al Río Palancia, en el paraje llamado El Sargal, muy significativas. También hay constancia de que posteriormente el lugar cobró importancia durante la conquista de la Hispania Citerior por los romanos (aprox. 200 a.C.), creando un enclave estructurado como villa impulsado por Marco Porcio Catón El Viejo, lugar al que se identificó con el nombre de Belsino, que podríamos traducir del latín como bello destino, bello lugar, lugar propicio, o algo similar.

Para Catón El Viejo, “villa” no era conceptualmente una gran finca, tampoco era una finca familiar dedicada a la agricultura de subsistencia, sino medianas empresas agrícolas que implicaban el uso de capital y mano de obra dedicada. A diferencia del concepto “villa” de Marco Terenzio Varrone (De re rustica) que la definía como lugar de retiro, ocio y relax refinado enclavado junto a la costa o en el ámbito rural, la villa conceptuada por Catón está basada en la lógica del beneficio económico: el valor pedagógico, moral y formativo de las actividades relacionadas con la agricultura conlleva una vida sacrificada, pero permite el logro de cierta seguridad y cierto bienestar económico.

La denominación del enclave fue seguramente evolucionado hacia el de “villa Vivarium”, debido a una característica instalación (aprox. 150 a.C.- ¿?) relacionada con la acuicultura de peces de agua dulce que los romanos construyeron y mantuvieron en el paraje conocido como La Floresta. Podemos pensar en algo así como una piscifactoría de cierta entidad y de ello queda constancia en los múltiples restos arqueológicos que allí se encuentran.

Posiblemente fuera un proyecto personal del mismísimo Catón El Viejo, que no solo fue un gran militar y Procónsul de la Hispania Citerior, también fue un escritor prolífico, autor de la obra De Agri Cultura, una colección de libros que recopila las normas y reglas de cultivos agrícolas, cría de ganado, y gestión de granjas, posiblemente también de peces.

En la actualidad, hasta bien avanzados los años ochenta La Floresta de Viver era un lugar casi inaccesible, una maraña de zarzas y vegetación salvaje que rellenaban el Barranco Hurón, lugar destino de escombros de todo tipo y de las aguas domésticas sin depurar de buena parte de la población. Ya en época de los primeros ayuntamientos democráticos se planificó la recuperación y rehabilitación del paraje, proporcionado a la población un rincón maravilloso, ambientalmente casi mágico, en el que hay evidencia por restos arqueológicos muy significativos de esta actividad relacionada con los peces y el agua. Tanta ha sido la influencia de este hecho en el lugar que el escudo histórico de la Villa representa unos peces sobre unas líneas de agua.

Como sabemos, la villa de está enclavada en el curso alto del Palancia, río que nace o toma entidad como tal en la población de El Toro, kilómetros arriba de Viver, y que desemboca en la comarca de Sagunto, o Camp de Morvedre. Simplificando diríamos que Viver se encuentra en las estribaciones de de la sierra de Javalambre, y por allí toman aire multitud de profundas capas freáticas y pequeños ríos subterráneos que afloran en forma de abundantes manantiales, tantos que a la villa se le conoce también como Viver de las Aguas.

Y seguramente en este entorno abundaban los peces, parece claro, ¿pero que especie o especies de peces poblaban el lugar y se cultivaban en el vivarium? … actualmente las especies que podemos encontrar en el Río Palancia son principalmente el barbo y la boga o madrilla, no obstante estamos hablando de especies que poblaban la región hace mas de dos siglos, y el clima entonces pudo ser bastante diferente, con seguridad algo mas frío y por lo tanto las especies pudieron ser otras, podemos pensar que quizá se encontraban truchas, y que abundarían los barbos, y seguramente cangrejos de río y anguilas. La acuicultura de la época partía de la captura de alevines en las pozas naturales del río que eran trasportados hasta el embalse de La Floresta, donde se conservaban y engordaban con higos, frutos silvestres y restos de cosechas. El vivarium proveería de pescado fresco a los habitantes de la villa, alimento muy apreciado en la sociedad romana de la época, y el resto del cultivo seguramente se procesaría como salazón y de el se obtenía el conocido “garum”.

El garum es un producto de la salazón de pescado del que se derivan dos subproductos: "el liquamen o colatura" (garum propiamente dicho) y el “allix”. El primero la componen los liquidos (plasma) que se desprende del pescado en la primera fase de elaboración de la salazón con un alto contenido en sal (muera) que posteriormente era filtrado minuciosamente y expuesto al sol en vasijas durante meses, este liquido se usaba como condimento para todo tipo de platos, especialmente pescado y verduras, pero también para guisar y aves y carnes de todo tipo, tenía grandes propiedades digestivas y alto poder desinfectante de úlceras y lesiones cutáneas, incluso se le atribuyen propiedades afrodisíacas. El precio que se obtenía en el mercado por este producto llegaba a ser muy importante (mayor incluso que los perfumes), lo que hacía esta actividad acuícola muy rentable. Hay poca documentación sobre el garum producido con peces de agua dulce, quizá no tendría el sabor de mar del obtenido con especies marinas como la anchoa, caballa, o atún, pero macerado con abundante sal, hierbas aromáticas, vino y aceite daría lugar a un producto de peculiar aroma y sabor, y con parecidas propiedades nutritivas y saludables.

El segundo producto, el “allix”, es la parte sólida de la salazón una vez desprendida "la colatura", mezcla de sal y pescado, hierbas aromáticas, especias, vino, aceite y vinagre. Se dejaba macerar al sol durante meses removiendo la mezcla con frecuencia, y se obtenía una especie de pasta deshidratada y grasa (imaginemos las pastillas de concentrado de pescado actuales, o el paté de anchoas) muy nutritiva y de fácil conservación por períodos dilatados de tiempo, importante en la dieta de navegantes y soldados en campaña.

Como decimos, el Vivarium, probablemente formaba parte del sistema de aprovisionamiento de agua potable a Saguntum, y los motivos de su existencia varios a mi entender. El agua de calidad para consumo doméstico era una necesidad estratégica para una población como Sagunto, y aunque la desembocadura del Palancia está relativamente próxima al núcleo urbano primitivo -Saguntum- debemos considerar que llegaba después de recibir desechos de asentamientos y poblaciones situadas a lo largo de todo su recorrido, desechos imposibles de depurar con las técnicas del momento al nivel necesario para el consumo doméstico. En aquella época se hacia necesario encauzar agua de calidad donde la hubiera y llevarla hasta la población amurallada. En Viver, el manantial del Palancia más caudaloso y fiable aunque también sometido a variaciones estacionales es el de San Miguel, que desde Aguas Blancas trascurre por el Barranco Hurón desde el paraje de La Floresta, y en este punto se controlaba su caudal con un pequeño pantano que propiciaba las actividades acuícolas.

Nicolau Primitiu Gómez en un trabajo antropológico que versa sobre los pueblos iberos titulado “Los Ibero-Sicanos” cita la existencia en la población de Viver de un pequeño pantano llamado de La Floresta, que atravesaba la población y continuaba por el barranco Hurón de donde salía un viejo acueducto. Esta infraestructura, que tuvo posiblemente como objetivo el aprovisionamiento de agua potable a Saguntum, aliados de Roma, favoreció la instalación del “vivarium”.

Trascribimos literalmente el texto de Nicolau Primitiu, basado en leyendas y consejas, pero de gran significado:

Un rey de Sagunto, viendo sus campos agostados por la sed, ofreció a su hija, hermosísima, como todas las princesas de leyenda, al que le llevase agua a su ciudad. Se ofrecieron dos pretendientes, uno viejo y otro joven: aquel se dirigió a Chelva y éste a Viver, y, a pesar de ser éste el trayecto más corto, venció el viejo; pero la princesa, desesperada al verse con tal esposo, se arrojó de lo alto de una torre del castillo.

Y prosigue. . . que existe un fondo de verdad en la mitología es indudable, y en este caso quedan presentes los restos de los acueductos que alguien mandó hacer, posiblemente un rey de Saguntum, como dice la leyenda. Esta ciudad siempre ha sentido la necesidad de agua y ha tenido contiendas con los pueblos superiores; y aún es posible que el conflicto que dio lugar a la intervención de Aníbal a favor de los Turboletas (Iberos que habitaban la Sierra de Albarracín) y causó la destrucción de Saguntum (219 a.C.) , se originara en una cuestión de aguas y riegos.

Con probabilidad sería más factible en otras épocas llevar agua canalizada a Sagunto desde algún afluente del Túria cercano a Chelva , atravesando los llanos de Llíria que dan nombre a la comarca de Camp de Túria, llegando hasta Moncada, y de allí a Sagunto por la conocida como Séquia del Diables, que no encauzar desde Viver con acueductos y acequias las estribaciones de la Sierra de Javalambre y la Sierra de Espadán, siguiendo la difícíl orografía del cauce natural del Río Palancia, aunque seguramente ambos proyectos se llevaron a cabo en según que momento y circunstancia.

El lugar es posiblemente uno de los más agradables, saludables y tranquilos que se pueda encontrar en el país, algo que ya apreciaron los iberos, los romanos y algúnos nobles renacentistas, y que podemos disfrutar actualmente el resto de los mortales. Viver es un destino turístico veraniego y rural muy destacado, habitado por un paisanaje igualmente de primer orden, honesto, austero y trabajador.

En palabras de Catón. . . en la agricultura se vive alejado de la inseguridad económica y el odio, quienes se dedican a ella no son cautivos de malos pensamientos, y de ella nacen hombres fuertes y soldados valerosos.

Junio 2009


. Documentación:

- Gárum (en italiano)

- Nicolau Primitiu Gómez. Los Ibero-Sicanos. Ed. Sicania - Valencia. Pág. 17,18